REPUBLICANAS ESPAÑOLAS EN RAVENSBRÜCK

Constanza Martínez Prieto

Madrid, 16 de enero de 1917

Nació en Madrid, en el barrio de Lavapiés, el 16 de enero de 1917. Su padre murió cuando tenía 17 meses, su madre trabajaba de sirvienta y Constanza pasó al cuidado de su abuela. Su niñez y adolescencia estuvieron plenas de dificultades económicas que se agravaron con el fallecimiento de su madre cuando tenía 13 años. Dada la precaria situación en la que se encontraron ella y su abuela, una tía se hizo cargo de sus necesidades, a cambio de ayuda en las tareas domésticas, y pudo realizar estudios de francés, taquigrafía y mecanografía.

Al estallar la Guerra, Constanza se afilió a las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) y colaboró con la prensa destinada a los combatientes republicanos. Cuando el gobierno de la República decidió trasladarse a Valencia siguió sus pasos hasta llegar a Barcelona, en diciembre de 1936, instalándose en la población de Sentmenat en una torre, “Can Baigual”, abandonada por sus propietarios que habían huido de España, y ocupándose del cuidado de los tres hijos de una familia a la que nunca olvidó por su buena acogida.

Posteriormente entró a trabajar como mecanógrafa en la Comisión Política Militar del Comité Central del PSUC y siguiendo la estela del gobierno de la República, en enero de 1939 se encontraba en Figueras en el castillo de San Fernando hasta que, tras los intensos bombardeos, mujeres y niños se vieron obligados a partir hacia Francia. Tras varias semanas de incierto itinerario, Constanza, junto a un grupo de refugiados republicanos, llegó a Normandía, donde fueron ubicados en una casa de colonias infantiles; allí, junto a otras compañeras se esforzaron en organizar una escuela para entretener y formar a los pequeños.

La entrada de Francia en guerra cambió las circunstancias de Constanza y de la mayor parte de los refugiados republicanos. Resistió las presiones de las autoridades para el regreso a España y contactó con compañeras catalanas del PSUC con quienes compartió un piso mientras cuidaba un niño enfermo hasta que recibieron la orden de regresar al campo de concentración; al poco tiempo fueron trasladadas a Sées e instaladas en un antiguo seminario, pero pronto consiguió marchar a Nantes con una amiga, donde se empleó en tareas domésticas para los alemanes.

A partir de aquel momento empezó a contactar y a colaborar con los movimientos de Resistencia, a través de la O.S. (Organisation Spéciale), el grupo de protección armada del Partido Comunista Francés, formado en 1940 y en cuyo seno había bastantes integrantes de las antiguas Brigadas Internacionales, y que llegará a ser uno de los substratos para la organización de los FTPF (Francotiradores y Partisanos Franceses), a principios de 1942. La principal tarea de Constanza fue actuar de enlace “entre los diferentes camaradas de Saint Nazarie y Nantes, trabajo, a su entender, de mucha responsabilidad pero de poco relieve”; “humildad” que contrasta con la opinión expresada por su marido, Joan Escuer Gomis, al reconocer la importancia de las mujeres en la Resistencia: “sin ellas muchas acciones de envergadura no se hubiesen podido llevar a cabo; servían de enlaces, transportaban propaganda, armas municiones, comida e información”.

En una gran redada iniciada el 27 de junio de 1942 en Paris y que continuó el mes siguiente en Sant Nazaire, Nantes, Rennes, La Rochelle y Burdeos, fueron detenidos unos 150 resistentes españoles, de los que ocho eran mujeres. Trasladados a la comisaría de Nantes, allí coincidió y conoció al citado Joan Escuer –detenido el de 4 de julio- quien recordaba el encuentro en sus memorias “…cuando llegué a la comisaría de Nantes vi, entre los hombres, a una mujer. … La casualidad quiso que, en la comisaría, me instalara al lado de esta chica, lo cual nos permitía intercambiar algunas palabras, lo que aumentó mi interés hacia ella”. En el juicio, que se celebró del 3 al 11 de diciembre de 1943, volvieron a coincidir y allí pudieron intercambiarse unos mensajes escritos a partir de los cuales quedó consolidada su relación como pareja.

Constanza, al igual que otros detenidos, fue condenada a dieciocho meses de prisión que ya tenían cumplida, pero las mujeres permanecieron en la cárcel La Petite Roquette, en París hasta que fueron trasladadas al antiguo cuartel de Tourelles, donde también estaba internado Joan Escuer. Ambos habían podido cartearse antes, pero su coincidencia carcelaria abrió la posibilidad de verse y hablar dos veces por semana en el locutorio, hecho que, sin duda, reforzó su moral y “sirvió para que nos conociéramos mejor y naciera un fiel y sincero amor entre los dos”.

Esta situación se vio alterada cuando en el mes de mayo de 1944, este colectivo de prisioneros resistentes pasó a manos de los nazis, quienes les trasladaron a la prisión de Fresnes y unos días después a Compiègne, los hombres, y las mujeres al fuerte de Romainville, a la espera de la formación del convoy que había de conducirlos a los campos de la muerte. Los alemanes afrontaban la etapa final de la guerra, desfavorable, e iniciaron su pavorosa huida hacia delante, con masivos reclutamientos de alemanes e incremento de la fabricación armamentística, para lo cual precisaban disponer de mano de obra esclava, obtenida de las prisiones que albergaban a los resistentes.

Así, se dispuso su deportación y el 14 de junio Constanza Martínez partió desde la estación del Este de París en un tren de viajeros con las ventanas enrejadas; era un pequeño transporte compuesto por cincuenta y una mujeres, similar a otros que habían partido de París desde el mes de mayo. Tras media jornada de viaje, estuvieron unos pocos días en Neue Bremm hasta que en dos transportes fueron transferidas a Ravensbrück, donde Constanza fue registrada con la matrícula 43224, momento que así rememoró: “Era de noche y llovía bastante para calarte, yo con un abrigo que me lo había puesto al revés en el vagón para que no se ensuciase porque me lo acababa de hacer y con aquel abrigo nos tuvieron cuatro o cinco horas en una gran explanada, hasta que por fin nos abrieron las puertas de unas duchas y allí terminamos de pasar la noche”.

Su destino en Ravensbruck duró tan sólo unas semanas, ya que la administración dispuso el traslado de un grupo de 22 deportadas a Leipzig, en el comando Hasag, situado a unos 300 km al sur del campo y dependiente del campo de Buchenwald, donde llegaron en unas pésimas condiciones tras cinco días de viaje. Unas 6000 prisioneras trabajaban en una cadena de montaje de obuses de la empresa Hasag y estaban sometidas a unas condiciones durísimas: doce horas de trabajo diario, poquísima y pésima comida, ninguna higiene, asistencia médica inexistente, malos tratos e interminables formaciones dos veces al día con el pretexto de pasar lista bajo un sol de plomo o con los pies en la nieve, sin que faltara, al menor gesto de rebeldía o deficiencia física, la inclusión en los convoyes periódicos con destino a Ravensbrück, que disponía de cámara de gas y horno crematorio. El comandante del campo, alertado que se habían cometido errores en la cadena de producción, seleccionó a las prisioneras que llevaban gafas y decidió su traslado a Ravensbrück donde les esperaba un destino cruel, la cámara de gas, pero un hecho singular salvó a Constanza: llevaba gafas desde niña, pero se le rompieron a su llegada a Leipzig, por lo que tuvo que prescindir de ellas, problema que le permitió pasar favorablemente la selección y librarse de ser gaseada.

Sin embargo, en medio de aquel entorno de explotación y de permanentes peligros también hubo lugar para la solidaridad, como el que narraba Constanza cuando fue revisado el trabajo que realizaba controlando las roscas de las mechas de los obuses, la mayor parte de las cuales eran defectuosas. Ante los gritos amenazantes de la vigilante de las SS, recibió la ayuda de un obrero alemán, al cual las deportadas llamaban El Mechitas, y según narró la propia Constanza: “gritaba más que ella. Yo no comprendo nada el alemán y no sé lo que dirían; lo único que sé es que este obrero alemán, padre de familia y que tenía tanta hambre como yo, me defendió como si se hubiera tratado de su hija y que no me pasó nada. Yo ya me veía por lo menos con el pelo rapado y en el calabozo por 15 días, amén de un gran palizón, pero ni siquiera me llevé un bofetón. A ese honrado obrero se lo debo todo”.

En Hasag coincidió, entre otras, con la española Mercedes Núñez Targa, de nombre de guerra “Paquita Colomer”, la cual recordaba los sufrimientos de las deportadas, pero también su entereza, las acciones de sabotaje en su trabajo diario, la solidaridad y la templanza de las internas en medio de aquel infierno, recordando a Constanza como uno de los sólidos apoyos de las españolas a quienes animaba con las canciones surgidas de su voz melodiosa. Justamente Mercedes Núñez, que se encontraba en la enfermería, había confeccionado, no se sabe cómo, unas banderitas republicanas que las ocho españolas lucieron cuando los nazis hicieron evacuar el campo, el 14 de abril de 1945.

Ante la inminente llegada de los ingleses, Constanza con un grupo de mujeres se vieron obligadas a ponerse en camino hacia Dresde, situada a unos 150 km al este de Leipzig. Fue una de las denominadas “marchas de la muerte”, durante la cual las mujeres rendidas por el cansancio eran abatidas a tiros por sus guardianes nazis. En un momento dado se apercibieron de que los vigilantes habían desaparecido y entonces, en medio de grandes precauciones, por si era una estratagema para ametrallarlas a todas, se fueron separando de la columna en pequeños grupos, como el integrado por tres españolas, entre ellas Constanza, y una francesa, con la fortuna de recalar en una granja, donde trabajaban tres prisioneros de guerra, un checo, un yugoslavo y un italiano, que las escondieron y protegieron hasta la llegada de las unidades del Ejército Rojo.

Concentradas en un gran campo y trasladadas posteriormente a Torgau, desde donde fueron repatriadas hacia el hotel Lutetia en París. Allí se encontró con Joan Escuer, repatriado desde hacía unas semanas desde el campo de Dachau al que había sido deportado el 18 de junio de 1944. Inmensa alegría por el reencuentro, pero enturbiada “al enterarnos, a medida que encontrábamos camaradas conocidos, de la muerte de muchos otros que quedaron allá, en los bien llamados Campos de la Muerte y que no tuvieron la dicha de ver nuestra victoria que tan cara había costado”.

Tras la liberación comenzó su anhelada vida como pareja, gracias a las ayudas del gobierno francés y a la estabilidad laboral que fueron logrando con el paso de los años. La acogida de deportados se organizó por municipios y Constanza y Joan recalaron en el de Saint Ouen, cerca de Paris, alojados en unos barracones provisionales, adecentados y limpios, a la espera de reunirse con su familia o de valerse por si mismos. En su caso, se fueron a vivir durante dos años a Seés, en Normandía, con la tía de Constanza, trabajando ésta en una tienda de café torrefacto y su compañero en una cantera, hasta que se mudaron a París, donde Joan pudo ejercer su oficio en el ramo de la metalurgia y donde nacieron sus dos hijos, Joan en 1949 y Delia en 1951.

La militancia comunista de la pareja en el PSUC fue persistente y Joan asumió la responsabilidad del partido en la región de París-Norte. Su domicilio se convirtió en uno de los puntos de reunión de la oposición antifranquista del exilio, y Constanza y Joan no cejaron en organizar innumerables campañas de denuncia del régimen de Franco y de solidaridad con los presos y exiliados españoles, así como con los ex deportados.

En 1972 tomaron la difícil decisión de regresar del exilio y se establecieron en Sentmenat, el pueblo donde Constanza había pasado una etapa de su vida durante la guerra de España y del que guardaba tan buenos recuerdos. Pronto entraron en contacto con la aún clandestina asociación que agrupaba a supervivientes y familiares de los deportados, la Amical de Mauthausen y otros campos, a la cual dedicaron sus energías, sin abandonar su compromiso militante en el PSUC, el partido al que estaban comprometidos desde sus años jóvenes. A partir de la legalización de la Amical en 1978, Constanza ya estuvo integrada en su Junta, como representante de las deportadas a Ravensbrück, junto a sus compañeras de infortunio, Neus Català Pallejà y Mercedes Núñez Targa, y en la memoria de centenares de estudiantes ha quedado grabado el recuerdo de la pareja Constanza y Joan, en sus innumerables recorridos por centros de enseñanza y culturales, para que no cayese en el olvido el sufrimiento de tantos compatriotas republicanos en los campos de la muerte.

La experiencia de la deportación dejó una dolosa huella en la salud de Constanza quien padeció una artrosis degenerativa en su columna vertebral y diversos problemas cardíacos, con dos infartos y una angina de pecho que, sin embargo, no le impidieron seguir con su labor de difusión. Siendo vicepresidenta de la Amical de Mauthausen, falleció en Barcelona el 3 de enero de 1997.

Fuentes: Testimonio de Constanza Martínez en Neus CATALÂ, De la resistencia y la deportación, Barcelona, ADGENA, S.L., 1984
Joan ESCUER GOMIS, Memorias de un republicano español al campo de Dachau, Barcelona, Amical de Mauthausen y otros campos, 2007
Mercedes NÚÑEZ TARGA, El carretó dels gossos, Barcelona, Ed. 62, 2005
http://www.rtve.es/alacarta/videos/altres-programes-darxiu/arxiu-tve-catalunya-giravolt-resistencia-deportacio/4535808/